Tengo 35 años y tres hijos.
Y si pudiera retroceder en el tiempo tendría uno
todo lo más.
Tengo 35 años y pérdidas de orina.
Mi cuerpo es una masa amorfa
que no se cierne a nada ni me devuelve ninguna imagen grata ante el espejo.
Mis hijos me llaman gorda y se mofan de mi barriga blanda, entre risotadas. Yo escondo mi vergüenza y mi pena para que ellos no aprendan un apego erróneo a un canon de belleza.
Pero me duele.
Tengo 35 años y mi cara se debate ante la demacración por el paso de los años y la falta de sueño, o el exceso de maquillaje de un payaso que solo busca engañar al respetable, una asquerosa careta.
Tengo 35 años y no valgo nada en el mercado laboral porque perdí una década dando lo mejor que supe a mis hijos. Pero me ha salido tanto callo, que mis palabras suenan ásperas y mi actitud ya no es la sumisa ni intrépida de quien rompe el cascarón del mundo laboral.
Tengo 35 años y soy cobarde, sigo buscando amabilidad, cariño y fuegos fatuos.
Tengo 35 años y no llamo a mi madre llorando para no hacer un drama, tal vez para seguir navegando en la falsedad que me amortigua.
Tengo 35 años y estoy cansada. Por algún motivo ya no hay otro cuerpo bajo la manta, y tengo frío. Es eso.
Tengo 35 años y tanto frío…
Anónima
Ilustración de Dídac Pla Colomer